A cada pliegue del viento
hay un andaluz llorando
entre retamas de olivo,
entre surcos del arado.
Cal y sol en las paredes
como todas las mañanas,
fiesta de luz y ajetreo
por sus plazas soleadas
y sobre su azul de cielo
Jaén se vuelve gitana.
Un sefardí de colores
cuando se acerca el verano
y el olor de los jazmines
en la noche se abren paso.
Abre su olor más hermoso,
abre su olor más liviano
y sobre el tapiz de la luna
Jaén despliega su encanto.
Santa Catalina, allá arriba,
la Catedral, en el llano,
amo a esta tierra bendita
y la llevo fiel de la mano
como una copla altanera
como una copla en mis labios.
(Jaén tiene un no sé qué
un corazón y una cosa
y un sentimiento a la vez
que te enamora y provoca
lo mismo que una mujer.)
y cuando se quiebra la espiga
Jaén renace cantando
y es que cambia su sonrisa
para seguir caminando.
Jaén verde de oliva
y de cortijares blancos,
sobre sus torres, la luna,
y en sus patios los geranios
y ese río Guadalquivir
que pasa siempre llorando
porque no se quiere ir
por eso pasa despacio
impregnado de alperchín
besando trémulos labios
por esa Andújar que deja
para irse río abajo.
Jaén romana y andalusí
los olivos te enamoran,
te cruza el Guadalquivir.
Dios quiso al crear esta tierra
darle un color preferente
por eso el verde de olivo
es un verde diferente,
una flor en movimiento,
un color verde muy verde,
el verde que Dios creó
para mi tierra Jiennense.
Ángel Cámara Jiménez
2006
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